Por tanto, un traje bien cortado pero confeccionado con una tela de
menor calidad es preferible a un traje mal cortado sobre una tela de excelente
calidad.
Ahora bien, –¿qué se entiende por buen corte?– y por otra parte, ¿se
trata sólo de saber cortar una tela o encierra otras profundas cuestiones del
saber hacer?
Efectivamente es así, depende de haber profundizado la técnica del
método para lograr un buen molde, y para lograr un buen corte se parte de un
patrón básico que se ha venido utilizando desde los primeros años del siglo
pasado con independencia de la moda pero sin dejar de marcar tendencia y crear
líneas.
El traje de dos piezas, o mejor dicho el ambo, es la prenda más común
usada en la actualidad por el hombre. Puede variar la botonadura en uno, dos,
tres o más botones, poseer aberturas laterales o centrales o ninguna, las solapas
con distintas variables y combinaciones y, en los largos marcar un tipo de saco
determinado y dar una línea más desestructurada o entallada, incluso se podrá
concebir con la incorporación de tecnología y de entretelas fusiónales.
La sastrería de medida entiende por traje al atuendo compuesto por
pantalón, chaleco y saco cortados con la misma tela y el profesional sastre/a,
lo realiza para cada cliente creando un corte individual, siguiendo sus
medidas, sus gustos, respetando sus deseos para embellecer su apariencia, y
resaltar su personalidad, mientras que la diferencia radical con la manufactura
de producción en serie consiste básicamente en que la llamada made to mesure o
confección de medida, se fundamenta en ajustar el molde estándar a la talla y
personalidad del cliente, pero no necesariamente el trabajo manual está presente
como el caso de la hechura a medida.
El traje como tal, nace en los años 30 cuando se lo adopta como atuendo
formal para la oficina y a nivel social. Previo a ello se usó el frac, la
levita, y el chaqué que pasaron a ser parte de las ceremonias formales y
protocolares. Algunos autores sostienen que la madre del traje es Inglaterra y
que de allí parte la base de los métodos de corte que han permitido el
desarrollo de patrones. Sin embargo, las cofradías de sastres de Valencia,
Zaragoza y Barcelona encierran una historia rica de más de quinientos años de
existencia, y junto a la riquísima trayectoria de los maestros italianos, se
disputan la primacía de esta área de la moda con justa razón. No obstante, la
sastrería inglesa, no comparte el concepto italiano de elegancia, según el
cual, tanto el corte, como la tela y el color son sólo criterios estéticos,
pues para ellos, cumplir las reglas del vestir impuestas por las clases
dominantes, es lo que marca elegancia. Lo trascendente de esto, es que en
función del gusto del consumidor uno puede optar por un traje de corte inglés
de seda italiana o un traje italiano de tweed escocés o un príncipe de Gales.
Dicho esto, reafirmamos entonces, que la “Edad de Oro de la Sastrería”
se extendió hasta los años 70 y a finales de los 80. La mayoría de las
sastrerías comenzaron a identificar cambios en el consumo y absorbieron a los
buenos profesionales para la pompa4 y/o tercerizaron las actividades de
terminación del traje, porque el trabajo de medida disminuyó potencialmente
dando paso a la etapa de la confección en serie. Mientras que el sastre –que
trabaja por su cuenta– es quien realiza la atención personalizada y se ocupa
del corte, teniendo un equipo de trabajo compuesto por pantalonera/as, oficial
sastre, y chalequero/a para hacer el proceso productivo, en los 90, las grandes
casas o sastrerías de renombre, fueron subcontratando a personal especializado
para las tareas propiamente sartoriales, porque los talleres de confección
pasaron a liderar el mercado.
Las economías hicieron que los grandes emporios de moda mutaran sus
costumbres y redujeran cada vez más sus espacios para pasar a ser bazares más
sencillos y luego convertirse en grandes tiendas donde los artículos combinan
una gran variedad de accesorios y permiten al público pasear por sus góndolas y
percheros, para no sólo ser atrapados por el escaparate sino por la tentación
de tomar contacto con la prenda, probarse y sin mayores observaciones de
expertos ni guías, comprar su guardarropas sin consultar a especialistas y así
proliferan los shopping, que existen hoy en todo el mundo.
La prioridad que el sastre y la modista tenían empieza así a abandonar
su lugar de preferencia para ser ocupados por vendedoras/es y en las grandes
casas, la figura del asesor de moda o diseñador se potencia fuertemente.
En un mundo que da mayor importancia al diseñador que al artesano, los
bastiones en los que se concibe una obra fabricada integralmente por el sastre
convirtieron a este mètier en un artículo de lujo, y con una mirada retrospectiva
podemos afirmar que el siglo XX es el que rompe con todo lo conocido, viviendo
el siglo de oro en la moda sartorial.
Pese a ello y al retroceso cuantitativo, muchos de los sastres que aún
hoy ejercen el oficio, garantizan la más alta calidad probada en la experiencia
de más de cincuenta años de profesión. Para aquel cliente que sabe lo que es
vestir a la medida, un nombre conocido y recomendado garantiza necesariamente
la confección del mejor traje y para su satisfacción puede que “su sastre” se
halle en un local o establecimiento o en un discreto piso, pero lo importante
que cuando lo localice, el sastre comprenda intuitivamente, el gusto y los deseos
que uno como cliente aspira y desea que sea capaz de hacerlos realidad a la
perfección.
Dijimos en un párrafo anterior que el profesional sastre tiene un trato
personalizado con su clientela. Asesorar a un cliente que desea hacerse un
traje a medida representa conocer no sólo de tendencias, y gustos, sino también
la complexión del cuerpo humano y las telas que existen en el mercado con sus
potenciales características y variables de precio según su origen y
procedencia, válido esto tanto para la materia prima como para el valor
agregado de su manufactura.
Un traje a medida no se hace en 24 horas, necesita procesos de tiempo
claves que denotan la excelencia en su realización y la pulcritud de sus
terminaciones, por eso lleva tiempo, un traje hecho a mano requiere
aproximadamente unas cuarenta y cinco horas de trabajo y depende de la agenda
del profesional las pruebas pactadas hasta su acabado final.
Podemos decir para sintetizar, que la esencia del traje que vestimos en
la actualidad está en las formas y las líneas que aplicamos al diseñar y
permanecerá vigente porque fue concebido para embellecer y enaltecer la figura
masculina desde su aparición en Inglaterra en 1860 cuando gracias a la
fotografía recién inventada por aquellas fechas, se difundió internacionalmente
para llegar hasta nuestros días.
El sastre/a es como el médico externo de la persona ya que mejorará las
imperfecciones del cuerpo ajustando el molde del cliente para lograr un corte
perfecto.
El cutter o cortador es el arquitecto del traje, pues diseña el corte y corta
la tela, que el tailor o sastre unirá en primera prueba, y tras la prueba al
cliente realizará los ajustes para proceder al encuartado y armado final de la
prenda. En teoría un cortador podría armar solo el traje, ya que antes de
alcanzar un puesto de tanta responsabilidad ha pasado por instancias de
perfeccionamiento que lo hacen dominar a fondo la labor. Pero el maestro
sastre, es quien dominando la teoría como la relación con el cliente tiene el
trato comercial que jerarquiza el prestigio de la casa para la cual trabaja.
Este conocimiento que los sastres poseen del “cómo se hace” es lo que distingue
al cortador del diseñador, pues éste último no necesita saber de las cuestiones
prácticas más que lo necesario para que sus propuestas puedan ser llevadas a
cabo; pero lo ideal es que no las ignore para no estar desfasado con la realidad
de lo que se puede o no confeccionar.
Dato del
INDEC. Disponible en: http://moda.90mas10.com.ar/2010/06/carro-elementos-portantes.html
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